Cuento: Buenos creyentes
Buenos
creyentes
Como era habitual los domingos, Tomás había salido de la basílica Nuestra señora del
Socorro, pero hoy al intentar bajar los
anchos escalones, un hombre con sombrero se tropezó con él. Este sujeto llevaba
en sus manos la imagen de la Virgen del perpetuo Socorro, y al tropezar con
Tomás la dejo caer. Aquel sujeto no se disculpó, solo salió corriendo y se
perdió entre la venta de raspados. Tomás tomó la
imagen entre sus brazos y la limpió un poco, pero no se percató que tras él el
párroco venía corriendo desde dentro de la Iglesia lleno de cólera.- Ayuda,
Ayuda, han robado a la virgen, alguien venga a ayudarme, gritó el padre. Al
llamado de este, desde las cantinas, las
panaderías, y del mercado campesino situado cerca al parque, surgió una horda
enfurecida armada con palos, machetes, azadones y puñales. -Se los juro, yo no
fui, yo no fui, solamente estaba de visita en la iglesia, y es que un hombre de
sombrero tropezó conmigo, - Sacrilegio, gritaba el párroco, - este hombre ha
intentado hurtar a nuestra patrona. Un hombre de mediana edad inició la faena
de golpes hacia Tomás, luego alguien con el mango de un azadón se lo descargó
en la frente. Tomás cayó en suelo mientras sentía como la sangre recorría su
boca. Al tiempo que el párroco alentaba a sus feligreses el sujeto de sombrero
llego de nuevo al lugar, este gritaba, -yo lo hice, fui yo quien intentó robar
a la virgen. A pesar de su ruego, no fue escuchado. Tomás con el rostro casi
irreconocible intentaba besar los pies del cura, quien paró los golpes
levantando el brazo, - esperen un momento, vamos a darle un oportunidad a este
pecador de arrepentirse, vamos a preguntarle el padre nuestro, si es un
verdadero católico lo sabrá, a ver dígalo. -Padre nuestro que... venga a nosotros. Tomás como pudo lo pronunció a media
boca, pero esto no fue suficiente. Una anciana que portaba un velo blanco le preguntó -¿así que no te lo sabes?
escúchenme todos, a estos ateos hay que exterminarlos, acabemos con él. La
anciana le pidió a la multitud un lazo para colgarlo, - a ver hay que colgarlo, se
merece la muerte este hereje. El hombre del sombrero se interpuso entre Tomás,
y con todo su aliento confesó su culpa. Tomás fue soltado y ahora el castigado
era el hombre de sombrero. El párroco se abrió paso entre la multitud y volvió dentro de la Basílica. Aún
recuerdo como el cuerpo de mi padre era mecido al son de las campanas.
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